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Johanna Gallo, CEO de APlanet, reflexiona sobre los efectos del Desperdicio Alimentario.
Cada vez que tiramos sobras o alimentos echados a perder avivamos uno de los grandes problemas del actual sistema alimentario. Más allá de ser una cuestión de hábitos de consumo, el desperdicio de alimentos supone un importante coste económico y medio ambiental. Al mismo tiempo, desperdiciar comida en buen estado es sinónimo de privilegio en un mundo desigual.
Empecemos analizando la parte más social del desperdicio alimentario. Se calcula que en torno a un tercio de los alimentos que se producen a nivel global es desperdiciado en alguno de los eslabones de la cadena de distribución. El dato, en sí mismo, resulta indignante cuando el hambre en el mundo sigue aumentando: según datos de Unicef, en 2020 afectaba al 9,3% de la población mundial, y en 2021 subió al 9,8%.
Actualmente en territorio europeo hay 33 millones de personas que no pueden permitirse una comida de calidad cada dos días. El World Resources Institute afirma que con una reducción del 25% en el volumen total de alimentos desperdiciados en 2050, podría haber un 12% menos de personas que pasan hambre en el mundo. Y sus investigaciones apuntan que una reducción del desperdicio alimentario del 50% en las cadenas de suministro de los países con mayor nivel económico podría traducirse en hasta 63 millones de personas desnutridas menos en los países de rentas más bajas.
Hablemos ahora del aspecto económico. Tirar la comida es tirar el dinero, y más ahora que los precios de los bienes de primera necesidad han aumentado considerablemente en la zona euro. Los efectos de la guerra en Ucrania han llevado a la inflación en la Unión Europea a máximos históricos, alcanzando el 9,8% en julio (en España llegó al 10,7%).
Sin embargo, según un reciente informe de Feedback EU, cada año la UE desperdicia más alimentos de los que importa: en 2021 importó 138 millones de toneladas de productos agrícolas (que le costaron 150.000 millones de euros) y desperdició 153 millones de toneladas; cuando podría frenar la inflación de los precios de los alimentos simplemente reduciendo el desperdicio en los lugares de producción.
En España, la consultora Capgemini estima que cada año se desperdician 31 Kg de comida por persona, y el coste asociado que representa para los distribuidores supera el 5% de sus ventas totales. Y para los bolsillos de los ciudadanos, se calcula que el coste derivado del desperdicio de comida en la UE puede rondar los 98.000 millones de euros.
El estudio de Feedback EU, tras analizar cerca de 1.200 empresas (restaurantes, hoteles, compañías de servicios alimentarios, comercios minoristas) de 17 países, afirma que el 99% de ellas obtuvieron altas tasas de rentabilidad al invertir en medidas para reducir el desperdicio de alimentos –además de obtener otros beneficios, como mejores relaciones con sus grupos de interés y mayor retención y fidelización de clientes–.
En el caso de las iniciativas llevadas a cabo para reducir el desperdicio de alimentos en la ciudad de Londres (única ciudad del mundo en la que existen datos reales de beneficios y costes), un estudio de Champions 12.3 sostiene que en un año se emplearon 168.500 libras, mientras los beneficios económicos totales fueron de 15,5 millones de libras.
Analicemos ahora el aspecto medioambiental. La industria alimentaria es responsable de más de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global. En concreto, solo los residuos alimentarios de la UE representan al menos un 6% de sus emisiones totales, que le cuestan a los estados miembros más de 143.000 millones de euros al año. Según la FAO, la huella de carbono del despilfarro de alimentos se estima en 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera cada año.
El freno al desperdicio de alimentos, por tanto, también se traduciría en una reducción de sus emisiones asociadas, lo que contribuiría a frenar el avance del cambio climático. Por otro lado, cuanto más se han desplazado los alimentos desde su lugar de producción hasta los hogares a través de la cadena de suministro, mayores costes medioambientales y económicos supone su desperdicio.
En este contexto, con motivo de la celebración del Día Internacional de Concienciación sobre el Desperdicio de Alimentos, desde APlanet hemos querido recordar la importancia de alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 12.3, que marca como reto la reducción a la mitad del volumen de alimentos desperdiciados para 2030.
En 2017, el Parlamento Europeo solicitó a la UE la introducción de objetivos legalmente vinculantes de reducción del 50% en toda la cadena de suministro, incluyendo la producción primaria, el transporte y el almacenamiento (el 40% del desperdicio se genera en los hogares; el resto tiene lugar en la transformación y fabricación, en la distribución y en el sector de la restauración). Porque este compromiso ha de contemplar todos los eslabones de la cadena, desde la granja a la mesa.
En 2018, la Comisión Europea aprobó, como parte de un paquete de medidas sobre economía circular, la Directiva (UE) 2018/851 sobre gestión de residuos, que modificaba la Directiva 2008/98/CE, obligando a los Estados miembros a comenzar a medir e informar sobre sus residuos de alimentos a partir de 2020.
En nuestro país, el pasado mes de junio el Consejo de Ministros aprobó el Proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, la primera regulación sobre esta materia que se promulga en España. Su entrada en vigor será en enero de 2023, y establecerá una serie de obligaciones para todos los agentes de la cadena de suministro, con el fin de promover una adecuada gestión de los alimentos y su aprovechamiento, y fomentar las donaciones como forma de revalorizar los excedentes. Para que donarlos sea más rentable que destruirlos.
La regulación implicará para las empresas la necesidad de medir y reportar sus residuos alimentarios, de la misma manera que se miden y reportan las emisiones de CO2 y otros indicadores relacionados con la sostenibilidad. Es necesario llevar un control sobre nuestro impacto ambiental, ponerle cifras a nuestra responsabilidad, para poder tomar las medidas adecuadas para reducirlo. Confiemos en que de este modo podamos alcanzar el ODS 12.3. Es urgente tomárselo en serio. Cada vez queda menos tiempo. Y por economía, por sostenibilidad y por compromiso con la humanidad, debemos conseguirlo.